Sobrevivió a uno de los peores atentados a la democracia y convirtió el dolor en arte.

A 25 años de haber sobrevivido al ataque genocida a la AMIA, Mirta Regina Satz abrió las puertas de su casa al público, tras convertirla en un centro cultural que le sirvió de refugio y le permitió combatir sus años de dolor con arte.

Tenía 36 años y había ido a trabajar como cualquier otro día, sin saber que aquel en particular cambiaría su vida para siempre. El 18 de Julio de 1994, una bomba explotó en el edificio de la AMIA, donde oficiaba como jefa de tesorería, dejándola desconcertada y asustada ante el horror que le tocó presenciar.

Vivió para contarlo gracias a su instinto de supervivencia, sin embargo, las secuelas físicas que le dejó aquella traumática experiencia no se comparan a las que sufrió a nivel emocional. “Es muy difícil de asimilar que uno que estaba más acá tuyo sí, y vos porque te corriste más acá no”, confesó acongojada. Con respecto a la evolución de la causa, opinó que difícilmente pueda aclararse algo.

Al pensar en el atentado, tres son las imágenes que rememora, una de ellas el haber tenido en brazos a un bebé con el que atravesó el edificio que estaba desmoronándose bajo sus pies; otra es la del momento en el que pudo subir a la terraza, viendo desde allí la destrucción en las calles. Sin embargo, la que tiene más presente es la del abrazo con su hija al reecontrarse con ella en su casa.

“Trabajé un año más en la AMIA para toda la reconstrucción, fue muy difícil y muy traumático”, recordó. Es por eso mismo que decidió replantearse su vida y reorganizar su fuente laboral entorno al arte, algo que siempre disfrutó, luego de haber estado a un paso de la muerte.

Volver a la vida.

Numerosos factores fueron los que influyeron para que tomara esa decisión, la cual no habría considerado de no haber pasado previamente por ese calvario. Empero, lejos de desanimarse, esto de cierto modo le dio la fuerza que necesitaba para seguir adelante con sus futuros proyectos.

No fue fácil abandonar el trabajo que le proporcionó contención desde los diecisiete años, pero poco después de ingresar en el profesorado superior de bellas artes de La Cárcova, cobrar el alquiler de un departamento y un seguro de desempleo, comenzó a dar clases de arte en su propia casa, lo que actualmente se conoce como Taller Arte Inclán. “Hay angustias que conducen para lados positivos”, aseguró con una sonrisa.

Ubicado en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, el barrio porteño de Parque Patricios, uno de los lugares que vio nacer y desarrollarse la cultura del tango, la milonga y el fútbol, se encuentra el Centro Cultural Arte Inclán, que está recubierto por el mural bajo el nombre de “La sonrisa de Gardel”, un proyecto que Satz llevó a cabo en 2015 con otras 150 personas. Eligió a Carlos Gardel para hacerlo, porque, aparte de resumir Buenos Aires, refleja la unión entre la gente.

Asimismo, lo consideró como una forma de hacer terapia, ya que lo describió como levantar una pared, cuando otra se había caído. Mediante la técnica que utilizó en los azulejos, los que rompía para elaborar algo nuevo con ellos, tuvo la intención de rendirle homenaje a las víctimas de la AMIA.

Transformó la casa que le perteneció a sus abuelos en su lugar de trabajo por lo que simboliza para ella: la inmigración y el esfuerzo que tuvo que hacer la familia de su padre para integrarse a otras comunidades. “El mural es la unión de partes diferentes, y para mí la sociedad y lo que traté de generar también es éso”, concluyó al detallar lo que quiso plasmar en su trabajo.

El documental.

A mediados de este año se estrenó la película “Ikigai, la sonrisa de Gardel”, de la cual ella es protagonista y en la que se cuenta la historia detrás de la creación del mural. No obstante, estos no fueron los planes originales, puesto que el padre de una de sus alumnas era director de cine y su idea principal fue registrar el proceso documental de la construcción del mural.

Después de que Ricardo Piterbarg se enteró por parte de su hermana, Telma Satz, que era sobreviviente del atentado, mostró interés por contar su historia y presentó el guión en el INCAA. “Es una buena síntesis lograda por Ricardo y muy poética, de ese pasaje de Pasteur a Inclán; de ese pasaje de lo destruido a lo construido”, subrayó Regina, mostrándose conforme con el trabajo final, especialmente con la respuesta que obtuvo por parte del público.

Habiendo confesado previamente que siempre tuvo afición por coleccionar palabras, fue su propia curiosidad la que la llevó a descubrir la expresión japonesa que escogió para el título de la película. Explicó que Ikigai significa “aquello por lo cual vale la pena vivir”, frase muy especial que la ayudó a superar los obstáculos en su vida.

Fuente:
Debora Jacobo Periodista

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